Montevideo es una ciudad antigua, pero no vieja. Tranquila pero no dormida. Vista y leída con los ojos de todos los cronistas locales que nos la cuentan y retratan desde dentro, percibimos su eclecticismo, el cierto desorden de sus barrios y edificios, de las calzadas, del tránsito. Y también su calma, el aire limpio de su mar, su dulzura. Un equilibrio que reflejan sus gentes: a veces lo parece, pero nada les produce indiferencia; sólo están reflexionando. Como dice el cantautor Fernando Cabrera en el reportaje de César Bianchi: «Somos profundos, filosóficos».