“Tenía la impresión de que toda mi vida, hasta este momento, no había tenido otro sentido que llevarme al punto de desesperación que me condujo a sentarme de cara a la pared, a dejar de correr tras todo tipo de quimeras o de metas... y a tratar, sencillamente, de descubrir lo que podía ser en mí mismo el fundamento de lo sagrado. En el silencio de la práctica de zazen la ausencia de apego a nuestro ego nos lleva a la presencia de la naturaleza real de nuestra existencia, que es interdependiente con todos los seres y unidad con todo el universo. Podemos existir realmente estando atentos y presentes aquí y ahora en cada respiración.”