Hombre de profunda y auténtica religiosidad, de inquietudes y continua búsqueda de la voluntad de Dios, Juan Ciudad trabaja como pastor, se alista en la milicia, se convierte en vendedor ambulante de libros y estampas religiosas, hasta que, tomado por loco, acaba en un hospital, humillado y maltratado. Allí descubre su vocación y comienza a trabajar en su sueño: un hospital donde atender a los pobres y enfermos con dignidad y el respeto debidos a los hijos de Dios. Su profundo amor al hermano necesitado, su generosidad y piedad, su absoluta confianza en Dios, hacen que pronto se hable del bendito Juan de Dios.