Nada más antipático que la solemnidad del arte. Y nada tan grato y ameno como parodiarla, burlar todo su orgullo, pompa y circunstancia señalando con el dedo que el rey está desnudo. Lo esté o no lo esté, ese es otro cantar. Para equilibrar la balanza, Brecht Vandenbroucke decide adoptar el disfraz del bufón que da volteretas, se tira pedos y cuenta chistes chuscos en la cara de Manet, Botticelli, Warhol o Marina Abramovic. Su irreverencia iguala épocas y estilos, escuelas y disciplinas como la performance, el graffiti, la pintura, el diseño
y el cómic. Porque o follamos todos, o la puta al río. Los dos gemelos protagonistas con cabeza de uva de WHITE CUBE emergen como dos implacables críticos que no necesitan pronunciar una sola palabra para dirimir la naturaleza de una obra de arte. Da igual que cuelgue de la pared de un museo o que descanse junto a un contenedor de basura, si sus pulgares apuntan hacia arriba, es que bien. Así, la tradicional división entre alta y baja cultura, entre arte popular y pieza de colección, es cuestionada por Vandenbroucke a través de sus magníficas viñetas coloreadas con acrílicos y de ese algo que podríamos llamar humor belga hablar de absurdo aquí es quedarnos cortos, siguiendo la estela de otros maestros del extrañamiento como Herr Seele y Kamagurka, Gummbah o Glen Baxter.