Deslindar entre vida y obra de un artista, cuando el artista es un dandi, es una tarea sin sentido. Sabido es que Darío fue un dandi, y que el dandismo no era sólo una pose estética, sino un programa de vida. La rebeldía del artista dandi, radical, es ética y estética: su búsqueda de la originalidad artística es inseparable de una búsqueda de la originalidad existencial. De ahí que los dandis afrontaran su propia vida como el pintor, el escultor o el poeta afronta su obra de arte. Y el material del que está hecho el lienzo «Rubén Darío» posee un enorme atractivo: la vida galante, cosmopolita, errante... de un hedonista convencido. Con Wilde, otro ilustre dandi, Darío podría exclamar: «¡Puedo resistirlo todo, salvo la tentación!». Desfilan por estas páginas su gusto por el lujo y las vanidades, su activismo político, su adoración a las mujeres, su afición al alcohol y las viandas: ese «mundo, demonio y carne» que tanto atrajo a los decadentes y modernistas de la bohemia finisecular. Pero sobre todo este bullir de deseos sobrevuela el poderoso anhelo espiritual del poeta que nos abre paso a su poesía como una «sed de ilusiones infinitas».