Fue siempre, como papa y antes de serlo, un hombre de diálogo. Respetaba profundamente la dignidad de cualquier interlocutor, quería saber antes de juzgar, escuchaba siempre antes de hablar. Amó a España y sufrió por ella. Incomprendido por muchos en su momento, a medida que pasa el tiempo se afianza su imagen de su grandeza espiritual y humana y va en aumento el aprecio de su inmenso legado doctrinal.