En el tórrido atardecer del viernes 19 de agosto de 2011, se producía un hecho insólito en la Plaza de Cibeles de Madrid. Una serie de pasos procesionales de Semana Santa poblaban el Paseo de Recoletos, miles de jóvenes se agolpaban en los alrededores y un hombre, vestido de blanco y rojo, observaba con devoción y respeto este singular espectáculo. No, no era Semana Santa, ni estaban en Sevilla, Valladolid o Cuenca. Pero se trataba de un acontecimiento excepcional: estaban a mitad de una Jornada Mundial de la Juventud, celebrada ese año en Madrid, y aquel hombre era el papa Benedicto XVI que, por primera vez en una JMJ, participaba en la celebración de un Vía Crucis.