En la llamada Transición, sus gestores decidieron separar a Navarra del resto de territorios hermanos, no solo en el campo institucional, sino en todo cuanto atañe a su personalidad y su vida histórica. Con el sarcasmo de mantener su identidad, una élite dirigente comenzó a negar los rasgos más elementales que desde antiguo habían caracterizado a los vasconavarros: que Navarra es hija de la antigua Vasconia; que sus habitantes son los primitivos vascos o vascones; que el euskera es su idioma original; que los navarros, junto a los vascongados occidentales y los basques continentales, forman un pueblo con unas características comunes que, en su lengua milenaria, se denomina Euskal Herria; que tuvieron un Estado soberano hasta el siglo XVI y fronteras propias hasta el XIX.