En este El país de las hormigas, tercera parte de Vagabundos por el Oeste de África, Richard F. Burton se adentra en pleno golfo de Guinea rumbo a Santa Isabel (Fernando Poo) para estudiar, según él, la alta moralidad de la zona; aunque en realidad, le espera el puesto de cónsul británico. Debemos recordar que el destino de cónsul en la colonia española fue un premio envenenado a sus escritos y manifiestos sobre la colonización inglesa. Tras una travesía lluviosa arriba a Accra (hoy capital de Ghana, pero conocida en aquellos tiempos como el país de las hormigas), pasa un día en Lagos y cruza el delta del río Niger (el mayor delta de África) antes de arribar a Fernando Poo "un lugar lejano, espectro mismo de la desolación". Con su habitual querencia por los detalles Burton describe, por ejemplo, con precisión la vestimenta de los indígenas, planifica los asentamientos coloniales para que sean más eficaces, o realiza una completa disertación del oro en África. Fusión de etnografía y literatura de viajes, a caballo entre el relato aventurero y un estudio microsociológico, la originalidad y valor de su obra radica precisamente en esta mezcla de sabio erudito y audaz correcaminos.