El fenómeno poltergeist, entendido como el suceso perturbador que no puede explicarse sin la intervención de un ente sobrenatural —un demonio, un fantasma, a veces incluso un ángel—, está profundamente enraizado en la cultura popular de aquellas civilizaciones que hayan dejado la puerta abierta en algún momento a la superstición. No pertenece a occidente; también se ha documentado en oriente, desde las edades antiguas hasta hoy. La levitación, el trance místico, la misteriosa resurrección de los muertos, los objetos que aparecen en un lugar diferente del que estaban, las casas encantadas: todo son manifestaciones de lo que Henri Michaux define como «una vía directa del psiquismo a las cosas», la «física de la insubordinación y de la horripilación». Escrito en 1980, cuatro años antes su muerte, Una vía para la insubordinación es el último texto importante en el que el autor, reconocido experimentador de todo tipo de alucinógenos, plasmó sus obsesiones con lo esotérico y sus encuentros con lo invisible: en este ensayo, Michaux desmenuza con una prosa escurridiza diversos casos notables de poltergeist acaecidos en diferentes partes del mundo, a lo largo de varios siglos —una santa abofeteada por un ser invisible en una plaza pública, un episodio de piroquinesis, un doppelgänger travieso—, todos ellos unidos por la sensación de perplejidad que dejaron a su paso, la de que aquello nunca pudo haber ocurrido y, sin embargo, ocurrió. El hecho paranormal como acontecimiento memorable, más que terrorífico, que da pie a Michaux a tratar la posesión, a la manera de Thomas de Quincey, como una de las bellas artes.