A los dieciocho años era tan filósofo como lo seré siempre. Un anarquista de corazón, un espíritu no gregario, un independiente y un filibustero. Amistades sólidas, odios sólidos, desprecio de todo lo tibio, de toda componenda. Con estas palabras se define Miller a sí mismo, y es con este espíritu que se dispone a emprender un largo viaje por Estados Unidos y escribir un libro, después de haber vivido diez años en París. La Europa de 1939 ya no es aquel lugar idealizado que había escogido para instalarse y desarrollar su vocación literaria. Estados Unidos, que recorre en un viejo automóvil le parece magnífico, pero terrible a la vez porque en ninguna parte como aquí el divorcio entre el hombre y la naturaleza es tan flagrante. Deplora que los ideales democráticos de libertad se hayan esfumado; que el hombre del Norte se haya convertido en un ser ávido de dinero; que las industrias exploten a sus trabajadores y contaminen el ambiente; y que la cultura sea menospreciada. Sólo en el Sur captará el perfume de un tiempo sin aceleraciones, y conocerá a algunos raros individuos, famosos o anónimos, que representan para él aquel añorado pensamiento original sobre la vida opuesto a la mecanización de la menta y del alma. Leo cada página que escribe Henry, continúo sus lecturas, lo escucho, lo protejo, estoy dispuesta en cualquier momento a renunciar a todo por él. ANAÏS NIN. Sospecho que, finalmente, Henry Miller ocupará un lugar entre esos extraordinarios autores anómalos, tales como Walt Whitman o William Blake, que nos han legado obras de arte. LAWRENCE DURRELL. Henry Miller le lleva décadas de adelanto al pensamiento de sus contemporáneos. Ya no hay duda, se trata de un escritor que aborda con extraordinaria lucidez asuntos existenciales y psicológicos cruciales. NORMAL MAILER.