Una mirada ciega hacia la luz nos deja oír la voz solitaria que sabe despertar en el hombre a un Dios adormecido. Un Dios que se despierta en nosotros y que nos busca, que buscamos, que nos ama y al que comenzamos a amar aunque sólo le conozcamos oscuramente, cegados por deslumbrantes apariencias, dispersos entre atractivos e intereses, pero sedientos de amor y de verdad. El mundo entero busca a Dios, porque ese mismo mundo le pide a la tierra lo que la tierra no puede ofrecerle. El mundo entero busca a Dios porque va buscando constantemente lo imposible. Esta voz estalla a veces en profundas expresiones que van desenmascarando errores e hipocresías, dándonos esa luz que nos llega hasta el fondo del alma como un destello que penetra con fecunda intensidad, e invita a un diálogo trascendente con uno mismo, con los demás, con ese Dios escondido dentro de nosotros. En esta obra Gustave Thibon se muestra no sólo como un profundo conocedor de las costumbres y las pasiones humanas, sino como un hombre profundamente comprometido en una batalla espiritual cuyo desenlace está íntimamente ligado al destino divino de los hombres.