En el transcurso de su diálogo póstumo con Fernand Léger -uno de los pintores más representativos y conscientes de nuestro siglo- Roger Garaudy descifra el lenguaje de la pintura moderna en sus elementos fundamentales. El dibujo es cada vez menos el contorno de una imagen y cada vez más el signo o el equivalente plástico de un sentimiento, o el rasgo de un movimiento, de un acto. El color no es obligatoriamente el tono local de los objetos, o el juego impresionista del sol y de la vida; el color es, o bien un símbolo con valor emotivo, o un valor constructivo capaz de crear un espacio no dado sino construido. La composición no es una variante de la escenografía, que deba obedecer a las leyes geométricas o físicas de las cosas, sino, a veces, simple ordenación musical, y otras una construcción de un modelo expresando la estructura de un acto. El cuadro se transforma en un objeto, del que no se mide el valor con relación a una cosa que parece tener que representar. Tiene valor en sí, se propone simplemente ofrecer a nuestra época un modelo que exprese nuestro poder de creación y de transformación del mundo. Roger Garaudy -autor de esta meditación estética- es catedrático de Filosofía. En 1933 ingresó en el Partido Comunista Francés, siendo miembro de su dirección política durante muchos años. A raíz de la intervención soviética en Checoslovaquia, que desaprobó y condenó enérgicamente, fue expulsado del Partido Comunista.