La sofisticación y «perversidad» de Luis Antonio de Villena poco tendrían que ver a priori con la del hombre del gabán austero y boina calada que pasea por el Retiro madrileño. Sin embargo, el autor de Un anarquista de derechas se siente barojiano, no precisamente porque lo sea a tiempo completo, sino porque desde su juventud vuelve a Pío Baroja y se identifica con el «animal literario» que lleva dentro, con su férreo individualismo, con su integridad y coherencia, con su escepticismo sobre la condición humana y también porque aquellos impertinentes niños le llamaban «el hombre malo de Itzea»