La patología de la normalidad moderna nos afecta a todos, porque la modernidad es un fenómeno ya global. Detectar el origen de esa inconcebible falta de proporción, de la desarmonía que lo penetra todo, desde las relaciones personales hasta el entretenimiento o la política, no significa mitigar sus efectos deshumanizadores. Como señala Illich al final de este libro, ha pasado el tiempo de soñar que los males de este mundo sistémico se remediarán con una distinta gestión del poder. Solo el establecimiento de tramas de amistad creativa, crítica y resistente permitirán experimentar una vida humana más plena, una vida de amistad que, por su misma naturaleza, no puede asegurarse y es siempre un riesgo.