Con trece años, y unas perspectivas desastrosas para el comienzo de sus vacaciones, el mundo de Elen va a dar un giro definitivo para su personalidad y para definir quién quiere ser y qué quiere hacer. El contacto con otras personas ajenas totalmente a su mundo y el descubrimiento de la escritura como vocación obrarán el cambio. Y, por supuesto, una influencia: el reencuentro con un padre hasta entonces extraño y ajeno. Quizás la madurez comienza precisamente cuando uno es capaz de asumir su infancia