Podríamos convenir que en el cruce de la erudición, la ficción y la tertulia se vantejiendo las creencias y los supuestos a partir de los que cada cual forma su teoría educativa. Nos tememos que unas pueden tener más peso que otras: quizás las últimas, con su potencia mediática, sean más suculentas y de consumo rápido; seguramente las literarias tienen un alto poder explicativo y resultan siempre muy atractivas; sin duda, las eruditas suelen ser más aburridas y se alejan del gran público. En cualquier caso, lo que resulta notorio es que el bosquejo de la educación no es exclusivo de ninguna de estas aproximaciones teóricas: ni el sabio ni el artista ni el opinador amateur o profesional pueden atribuirse la exclusividad sobre la verdad en educación. Este libro debe leerse como una defensa corporativa de la pedagogía y está dedicado a sus practicantes, pedagogos y pedagogas –de ambos sexos, como exige la corrección política–, que se esfuerzan, también desde la buena fe, por intentar entender mejor la cosa educativa, quizás los más inofensivos, o por sugerir alivios para los males que la aquejan, los más atrevidos, fabricando las pócimas y los remedios más variados, no siempre del todo inocuos.