Una isla salvaje en el sur de Alaska, a la que solamente puede accederse en barco o hidroavión, repleta de frondosos bosques húmedos y montañas escarpadas. Este será el inhóspito decorado donde Jim decidirá fortalecer las relaciones con su hijo Roy, a quien apenas conoce. Doce meses por delante, viviendo en una cabaña apartada de todo y de todos: parece una buena oportunidad para estrechar lazos y recuperar el tiempo perdido. Pero la situación, poco a poco, deviene clautrofóbica, asfixiante, insostenible. La díficiles condiciones de supervivencia y la olla a presión emocional a la que se ven abocados padre e hijo acaban por conformar una postal de pesadilla. Hacia mucho tiempo que un libro no me atrapaba como lo ha hecho Sukkwan Island. Con una prosa ágil y directa, David Vann transporta al lector desde las primeras páginas al sur de Alaska para acompañar a Jim y a Roy, padre e hijo, en su aventura de supervivencia en una isla. Leyendo Sukkwan Island sientes el frío de la nieve, sientes el peligro de ser atacado por un oso, sientes el miedo ante una situación que se desborda. Sientes la inseguridad de Roy al comprobar que su padre no tiene ninguna de las habilidades necesarias para sobrevivir en ese medio, su angustia al escucharle llorar por las noches, y entiendes que el chico de 12 años asuma el rol de padre del adulto que en realidad debía cuidar de él. Leyendo Sukkwan Island sientes muchas más cosas, que prefiero no desvelar aquí para no privar al lector del placer de disfrutar de una historia poderosa e intensa que sigue sonando en la cabeza mucho después de haberla terminado.