«¡Todo pasa, sólo el amor permanece! Esta idea tan simple se ha ido grabando cada vez más profundamente en mi corazón desde hace muchos años. Los médicos habían hablado muy claro: la rarísima enfermedad que me estaba quitando progresivamente la vista no me daría tregua. En poco tiempo ?me decían? me quedaría ciega. Se trataba de una enfermedad incurable que me causaba continuos e intensos dolores por todo el cuerpo y que ningún analgésico lograba calmar. Y sin embargo, a pesar de que la situación era humanamente insostenible, en mi interior experimentaba una profunda paz. Cuanto más se escondía el mundo a mis ojos, más urgente era mi necesidad de salirle al encuentro y de compartir con los demás, sobre todo con los más desesperados, el deslumbrante descubrimiento de que la alegría plena que Cristo nos da es posible incluso en las situaciones más dramáticas de la vida» (Chiara Amirante).