Lo confieso: nunca quise leer este guión. Es más: juré y perjuré que no iba a leerlo. Tenía mis motivos para ello. El primero y más evidente es que, del mismo modo que soy el peor espectador posible de "Soldados de Salamina" (la película), soy también el peor lector posible de "Soldados de Salamina" (el guión), por la sencilla razón de que soy el autor de "Soldados de Salamina" (la novela): nadie es perfecto. El segundo motivo es que, antes de leer este guión, yo creía que no sabía leer guiones, entre otras cosas porque apenas había leído en serio alguno y pensaba que, a diferencia de pongamos una novela, un guión no es una obra acabada, que está ahí para gozar de ella, sino una mera partitura, que está ahí para ser usada y sólo adquiere pleno sentido cuando alguien la interpreta, es decir, cuando alguien convierte el guión en película; ahora sigo creyendo más o menos lo mismo, pero eso ya no me impide gozar de un guión como de una obra acabada, porque sé que todas las obras están inacabadas (...) (...) Como siempre he pensado que es peor acertar por cuenta ajena que equivocarse por propia cuenta, juré y perjuré que no iba a leer "Soldados de Salamina" (el guión), pero lo leí a la primera oportunidad que tuve. (Nadie es perfecto.) Lo empecé a leer en la cafetería del aeropuerto de El Prat, en Barcelona, y lo terminé de leer cuando mi avión aterrizaba en el aeropuerto Charles de Gaulle, en París. Me conmovió, ahora no recuerdo exactamente por qué. David Trueba estaba sentado a mi lado, así que, para disimular la emoción, mirando de reojo a David Trueba pensé que había hecho bien en leer el guión, porque era preferible que David Trueba acertara por su cuenta a que yo me equivocara por cuenta propia; luego pensé que David Trueba me había traicionado (...) Javier Cercas