En una de sus cartas a su hijo Delio, Antonio Gramsci le decía al pequeño lo siguiente: «Yo creo que te gusta la historia, como me gustaba a mí cuando tenía tu edad, porque se refiere a los hombres vivos, y todo lo que se refiere a los hombres, a cuantos más hombres sea posible, a todos los hombres del mundo en cuanto se unen entre ellos en sociedad y trabajan y luchan y se mejoran a sí mismos, no puede no gustarte más que cualquier otra cosa». El presente libro es la biografía del sindicalista y político comunista asturiano Jesús Montes Estrada, Churruca, pero una biografía social escrita sobre la base del principio enunciado en aquella misiva: contar la historia de cuantos más hombres (y mujeres) sea posible. Churruca es tomado, en esta biografía de biografías, como mero hilo conductor; como el pisapapeles de una serie de círculos concéntricos dispuestos en torno a él y que son fundamentalmente cuatro. En primer lugar unas ideas, las comunistas. En segundo lugar, la organización que las encauzó y vertebró el combate por su puesta en práctica en España a partir de 1921: el Partido Comunista de España (y también su sindicato hermano a partir de los años sesenta, Comisiones Obreras). En tercer lugar, una generación concreta de militantes de ese partido: la que se impuso a sí misma la misión histórica de tumbar la estaca franquista, y en parte lo consiguió. Y en cuarto y último lugar, uno de los escenarios del desenvolvimiento de la lucha de esa generación heroica: la región española de Asturias, y en particular la ciudad de Gijón. De todo ello se aspira a contar la historia sin menoscabo de referir los hechos biográficos de Churruca: su nacimiento e infancia en la cuenca minera asturiana; la participación de su familia en las huelgas de los sesenta; su traslado a Gijón en los setenta; su implicación en la lucha clandestina hasta la muerte de Franco, que le cuesta tortura y cárcel; su experiencia de la agridulce Transición; la de la reconversión industrial de los ochenta, que lo convierte en líder destacado de las protestas del sector naval, y finalmente sus dos decenios como concejal de Izquierda Unida en el Ayuntamiento de Gijón. Escrito con los instrumentos de la ciencia histórica pero entendiendo, como lo entendía el historiador africano Joseph Ki-Zerbo, que «la historia es una materia viva [y que] no podemos inclinarnos sobre ella como sobre el insecto que vemos en el museo, ni como el químico sobre sus redomas», Si cantara el gallo rojo toma su título de una famosa canción de Chicho Sánchez Ferlosio, huye de la neutralidad que condenaba Gabriel Celaya y hace bandera del mundo nuevo que bullía en los corazones de sus protagonistas, los Horacio Fernández Inguanzo, Juanín Muñiz Zapico o Anita Sirgo, entre otros muchos: héroes sencillos puestos por la historia al servicio de una causa más grande que ellos y que entendieron, como Benedetti, que «claudicar no trae sosiego».