Cualquier persona sana, aspira a vivir en paz consigo mismo y con los que le rodean cumpliendo así el mandato del Señor que nos insta a no dejar pasar un día sin haber perdonado al que nos ha ofendido. Sin embargo, hay muchos matices y malentendidos en nuestras muestras de perdón. Por otra parte, la experiencia demuestra que nadie da lo que no tiene; quien no está pacificado, difícilmente puede transmitir paz y quien no se siente perdonado tampoco puede perdonar. Muchas veces nuestro peor enemigo está en nuestro interior. Por eso, urge una propia reconciliación, reconciliación con nuestra historia, con nuestra familia, con el mal que nos ha ocasionado la sociedad o nuestro grupo, con nosotros mismos. Sólo así, podremos perdonar.