Sergio Busquets no es un producto de La Masía. Es más, a los ocho años no pasó una prueba en el Barça. Le tocó iniciar un peregrinaje en el Barberá, Lleida y Jabac para finalmente poder enfundarse a los 17 años la ansiada camiseta azulgrana. Un fichaje rocambolesco. Hubo dudas, pero apareció un supuesto interés del Real Madrid y su contratación se cerró de manera inminente. Un año antes pudo vestir de amarillo. Jugó un torneo con el Villarreal, pero su madre se cerró en banda: Mi hijo duerme y come en su casa. En su tercer año como azulgrana, coincidió con Guardiola. Le nombró su heredero. Le preparó para ser pivote. Atrás quedó su faceta de extremo y delantero centro goleador y con cierta tendencia a caerse en el área rival. Se dejaba caer con facilidad y pitaban penalti, recordaban en el Lleida. Pep le hizo debutar y comenzó a coleccionar títulos. Histórico, el pleno de 2009 al conquistar los seis títulos en liza. 19 hasta 2013. Dos de ellos, con la selección: Mundial 2010 y Eurocopa 2012. En la medular, el más alto entre los locos bajitos. De azulgrana y de rojo. No es mediático, pero su fútbol es efectivo y necesario. En la sombra. Trabaja para los demás. Es el guardián del Barça.