Aunque en la tercera edad pueden darse esencialmente los mismos trastornos psiquiátricos que en otras edades, en comparación con la patología mental del adulto, el peso específico que en el anciano suponen el deterioro cognoscitivo y las demencias, otorga a este grupo de enfermedades un protagonismo indiscutible en la epidemiología de los trastornos psicogeriátricos (Lawlor BA, 2000).