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EL MATERIALISMO HISTÉRICO (BOLSILLO) (VELASCO HERNANDEZ, XAVIER)
Según las fábulas tradicionales, la. ambición desmedida tiene un alto. precio; de acuerdo con la. experiencia, tiene también un alto. rendimiento. Los protagonistas de. las 24 fábulas retorcidas que. forman este libro se rinden, sin. asomo de culpa o de s

PUEDO EXPLICARLO TODO (VELASCO, XAVIER)
«No soy gente de bien, sino ave de rapiña. A mis muertos los cargo antes en el estómago que en la conciencia.» Joaquín tiene treinta, la vida hecha pedazos y el compromiso de redactar un libro de autoayuda, en cuyas páginas sólo consigue perpetrar lecciones prácticas de autoperjuicio. ¿Qué es todo lo que puede explicar este pícaro del siglo xxi que un día es fugitivo acorralado, al otro terapeuta de pacotilla y, en un descuido, merodeador galante de velorios de perfectos extraños? Nada que Imelda y Gina -dos mujeres de sombra larga y mecha corta, cada una a su modo capaz de cualquier cosa- estén dispuestas a creerse fácilmente. Del diálogo punzante a la introspección ácida, los personajes de Puedo explicarlo todo estelarizan una historia plena de comezones entretejidas, rencores entrañables y demonios comunes, donde cada meandro puede ser un abismo y no se quiere más que seguir bajando. No muy lejos de ahí, se agazapa Dalila: una cómplice ideal que todavía no cumple los diez años y jamás ha leído un libro de autoayuda, pero cuyas pupilas deslumbradas parecen reflejar ya la sentencia del malandro y maestro Isaías Balboa: «El tiempo te lo dan, la vida hay que robársela».

LUNA LLENA EN LAS ROCAS (VELASCO, XAVIER)
Este libro tiene que ver con la buena vida. Por eso, con frecuencia, el narrador nos lleva a sitios de mala muerte. ¿Quién no encuentra la plenitud allí donde se hornean los antojos, se mima la inconsciencia colectiva y el placer hace trizas al deber? En ésta, su versión recargada y final del safari nocturno Luna llena en las rocas, Xavier Velasco encarna a un narrador festivo y caradura, decidido a llevar la juerga hasta sus últimas palabras por bares, puticlubes e infiernillos afines. No quiere ser testigo, sino cómplice. Este libro es la huella literaria de un morbo con licencia, prisa y causa. Es la persecución romántica del peligro, la congestión de elixires, la conjura de lunas. La lujuriante oferta de saltar al vacío y entender cada oficio, vicio y maleficio con azoro infantil y premura adolescente: los ingredientes básicos de la aventura. ¿Mala muerte? A otra zorra con ese mink. Salud por la buena vida.

ESTE QUE VES (VELASCO, XAVIER)
«El de la pintura es un niño desesperado. Necesita salvarse y no imagina de qué. Quiere salir de ahí, no sabe cómo.» Ser niño es entender que el que lleva al infierno es un camino corto. Se llega sin saber, se escapa sin pensar, se vuelve sin querer. El niño de esta historia se resiste a contarla. Antes que darle un sitio en su memoria, preferiría darle sepultura. Cuando menos lo espera, ya está inmerso en un juego trepidante que le permite todo... menos dejar morir una historia. Se trata de salvarla, ése es el juego. No es que la infancia sea en sí difícil, sino que sus fantasmas resultan invencibles y sus muros -horror- inexpugnables. En un proceso inverso al exorcismo, el autor se transforma en personaje, el retrato en fantasma, la cicatriz en tinta: «Se escribe, igual que se ama o que se vive, porque no queda más alternativa, ni se ve escapatoria tolerable.»

LA EDAD DE LA PUNZADA (VELASCO, XAVIER)
«La inocencia deja a su paso huecos que la amargura invade para hacer su nido»: He ahí una tarea y un examen pendiente para el protagonista de esta historia. Esta es la historia del peor alumno del colegio. Corrección: de la historia del colegio. Con casi catorce años, unos cuantos apestados sociales por amigos y el boletín de calificaciones constelado de círculos rojos, nuestro protagonista sobrevive a un instituto sólo-para-varones soñando a toda hora en esas vecinitas a las que nunca ha osado saludar. Si otros inadaptados no saben lo que quieren, él lo tiene tan claro como su timidez: una moto y una chamarra negra. Decidido a contradecir al retrato embustero del niño con su afgano que preside la sala de su casa, el narrador busca la mejor fórmula para fabricar pólvora, combate a sus vecinos con un rifle de diábolos y bombas incendiarias, roba huesos en sus visitas al panteón, acaba con los nervios de dos padres querúbicos y de paso se deja enardecer por toda suerte de antojos secretos. La edad de la punzada cuenta -presa de un ritmo vertiginoso que va del humor ácido al cinismo rampante- la historia de una de esas adolescencias en picada donde todo parece salir mal, en medio de una prisa por vivir que invita a acelerar y cerrar los ojos, hasta que cualquier día se despierta en lo hondo de un auténtico infierno para adultos: allí donde la risa es un mero recurso de sobrevivencia.