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Resultados de la búsqueda para: Wilde Oscar
El cuerpo del delito es una recopilación de trece magníficos relatos policiacos clásicos que alterna textos consagrados con otros menos conocidos, todos ellos perfectamente representativos de las variantes de la literatura policiaca, teniendo siempre presente la máxima exigencia de calidad literaria, desde sus prolegómenos y fundación a mediados del XIX hasta los años veinte del siglo pasado.
Empezando con un relato de Hawthorne que puede considerarse precursor del género, la antología sigue con un cuento poco conocido de Poe, autor que fijó los rasgos principales del relato policiaco, y luego con relatos de grandes autores que lo cultivaron de forma tangencial como Dickens, perfecto conocedor del hampa, Wilkie Collins, Jack London, Oscar Wilde y Mark Twain, todos ellos con un delicioso trasfondo humorístico. Por supuesto recoge además uno de los famosos relatos de Conan Doyle protagonizados por el inefable Sherlock Holmes, y relatos menos conocidos de la baronesa Orczy y Richard Austin Freeman, autores que se dedicaron casi en exclusiva a la literatura policiaca y que gozaron de gran popularidad en la época. Asimismo encontramos un relato del caballeroso ladrón de guante blanco Arsène Lupin, creado por el francés Maurice Leblanc y un cuento de Jacques Futrelle, protagonizado por el profesor Van Dusen, apodado La Máquina Pensante.
La recopilación se cierra con uno de los relatos de Chesterton protagonizados por el famoso Padre Brown, más partidario siempre de redimir al delincuente que de castigarlo.
Durante la mayor parte del siglo XX, la valoración de Wilde como escritor y persona conoció en general dos perspectivas de acercamiento radicalmente contrapuestas; por un lado, se puede hablar de una postura «ofi cial» que ha tratado de soslayar cualquier rasgo escandaloso de la vida del autor, y que se ha centrado en los aspectos más ñoños y «folclóricos» de su obra, censurando en ellas todo mensaje que pudiera resultar «peligroso» o socialmente «nocivo». En este sentido, las obras que más se han falseado han sido El retrato de Dorian Gray y, por supuesto, los cuentos, que en muchos casos se han visto expurgados de cualquier detalle que pudiera resultar «impropio» para lectores infantiles o juveniles. Por otra parte, están los que, de manera morbosa, han incidido únicamente en los detalles más sórdidos (casi siempre exagerados) de la azarosa existencia de Oscar Wilde, prestando atención a las anécdotas y a los cotilleos más que a la verosimilitud biográfi ca. Ambas posturas que, afortunadamente, se han visto matizadas y revisadas con mayor precisión en la última década del siglo XX y en las primeras del XXI son injustas para con el inmenso ingenio del irlandés, uno de los escritores más conscientes y lúcidos con respecto a su labor de autor de toda la literatura universal. Wilde es un fabulador fascinante, que posee el don de contar y de envolver al lector en sus atrayentes redes verbales. Su capacidad de invención era prodigiosa, muy especialmente en los cuentos, que siempre los concibió como un género con grandes posibilidades artísticas. En este volumen se recogen todos los textos de Wilde que hoy clasifi camos como de carácter narrativo: Poemas en prosa, El príncipe feliz y otros cuentos, Una casa de granadas, El crimen de Lord Arthur Savile y otras historias, El retrato de Dorian Gray, De profundis y, de regalo, Balada de la cárcel de Reading.
Culta, comprometida con el feminismo, de familia acomodada y mentalidad progresista, Constance Lloyd se convirtió en celebrity a raíz de su matrimonio con uno de los hombres más brillantes de su tiempo, aunque supo defender su propia parcela creativa en el campo literario y las artes decorativas. Madre de dos hijos, al compartir la vida de Wilde compartió también su destino: la caída de una figura estelar, chivo expiatorio de la hipocresía victoriana. En el cementerio protestante de Génova un sencillo monumento funerario evoca la memoria de Constance Holland (1859-1898). Aunque sobre una breve cita bíblica en su día sólo se grabó un nombre, «Constance Mary, hija de Horace Lloyd», en 1960 a la enigmática inscripción se añadió otra, escueta pero muy reveladora: «Esposa de Oscar Wilde». La sepultura plantea un auténtico enigma cuyas claves Franny Moyle se ocupa de desvelar en esta biografía. Constance es el retrato de una época, pero sobre todo nos permite comprender la insólita y trágica peripecia vital de una de las mujeres más conocidas de la Gran Bretaña de finales del XIX. Una mujer fuerte, cuyo lema fue Qui patitur vincit: Quien sabe sufrir, triunfa.
Cada tarda els nens juguen en el preciós jardí del Gegant, fins que un dia el Gegant torna de viatge i, indignat, clausura el seu jardí. Però no pot impedir larribada duns desagradables visitants que sinstal·len sense miraments. Un etern clàssic dOscar Wilde, abreujat i il·lustrat pel reconegut Alexis Deacon.
Un siglo después de los juicios que llevaron a Wilde a la cárcel y la ignominia pública, ofrecemos a los lectores la transcripción de los procesos en los que el arte y el ingenio del escritor se enfrentan en los tribunales a la moral y el orden victorianos. El primer juicio contra Oscar Wilde tuvo lugar en el Old Bailey ante el juez Charles el 26 de abril de 1895 y duró cinco días. Los prejuicios creados contra Wilde por la sociedad victoriana, bien azuzada por la prensa, las corrompidas declaraciones de los testigos, la injusticia con que fue tratado por los magistrados, la venta de sus bienes, la deserción de gente con la que creía contar: todo indicaba que no obtendría una sentencia favorable. El jurado fue incapaz de dar un veredicto. Por fin, en un segundo proceso, la Justicia inglesa consiguió un veredicto de culpabilidad, en una de las mayores farsas jurídicas de todos los tiempos, y Wilde fue condenado a dos años de trabajos forzados.
Poeta, ensayista y dramaturgo, el nombre de Oscar Wilde (1854-1900) ha quedado unido al siglo XX por sus obras de teatro y por el ejercicio del esteticismo en su vida personal, que iba a convertirle en mártir de la puritana y cerrada sociedad inglesa de la época. Críticas e irónicas, sus cuatro comedias principales: El abanico de Lady Windermere, Una mujer sin importancia, Un marido ideal y La importancia de llamarse Ernesto, siguen representándose como obras vivas que aún tienen mucho que decir al espectador de hoy. En las tres primeras, a través de un lenguaje brillante aparecen el cinismo y las paradojas; la última constituye la primera piedra de un teatro nonsense, casi absurdo, donde el diálogo, y no la trama, es el elemento esencial. Aunque los papeles femeninos están concebidos con sutileza y simpatía, son las mujeres las que se rebelan contra el dinero y sus secuelas, el poder, el matrimonio, y su estatuto legal y financiero. A su lado, Salomé es la obra prohibida y maldita, porque su protagonista encarna una lujuria violenta y salvaje a pesar de su inocencia de virgen. Símbolo del Mal, Salomé es una de las interpretaciones femeninas más fuertes de la historia de la literatura. Esta edición, traducida y anotada por Mauro Armiño, delTeatro completo de Oscar Wilde recoge por primera vez en castellano, sin cortes ni censuras, todas sus obras: además de los grandes títulos citados, las dos tragedias iniciales teñidas de romanticismo: Vera, o los nihilistas y La duquesa de Padua, y las dos obras esbozadas o inconclusas (La sainte courtisane, o la mujer cubierta de joyas y Una tragedia florentina) que dejó al morir.
Bajo una apariencia caprichosa y paradójica, las páginas de crítica y estética de Oscar Wilde quizá sean lo más original y perdurable de toda su obra. No sólo nos ofrecen un ejemplo perfecto de lo que debió de ser el Wilde conversador sino que la mayoría de sus ideas, que tanto escandalizaron en su época, han cobrado una vigencia asombrosa con el paso del tiempo. La decadencia de la mentira (1889), el texto predilecto de Wilde, y sin duda el mejor de todos sus escritos de crítica estética, es una brillante diatriba contra el arte realista de su tiempo, que mediante el «culto monstruoso de los hechos» pretende ser el espejo de la vida con toda exactitud. Para Wilde, sus cultivadores «acaban por escribir novelas tan semejantes a la vida que no hay modo de creer en su verosimilitud». Por eso, el Arte nunca debe imitar a la vida, pues «el Arte no expresa nunca otra cosa que a sí mismo». En el momento en que el Arte renuncia a su medio imaginativo, está abocado a un completo fracaso. Lo que hay que hacer «como un deber ineludible es intentar la renovación del antiguo arte de la Mentira», pues la Mentira es la más alta modalidad y el fin propio de todo Arte que se precie y conozca su más íntima naturaleza.