Ir al contenido
Resultados de la búsqueda para: Platón
Este texto, que examina los motivos filosóficos mas profundos del tema educativo, constituye un aporte intelectual imprescindible para pedagogos, educadores de distintos niveles y científicos sociales que buscan la mejora del hombre y la sociedad por la v
La trayectoria del pensamiento político platónico aparece de alguna manera condensada en aquel sintagma que leemos en el Político por boca de uno de los personajes principales del diálogo: «siguiendo las huellas del régimen político más genuino». Porque toda la labor política de Platón expresa, frente a las formas defectuosas de gobierno que, a sus ojos, asolaban las ciudades de su tiempo, la necesidad no sólo de formular teóricamente una alternativa política más genuina, sino sobre todo de ponerla en práctica. Este libro no tiene otro propósito que el de mostrar, siguiendo uno de los tantos recorridos textuales posibles, la génesis y el desarrollo de dicha alternativa a la luz de un análisis centrado principalmente en los diálogos de corte político, pertenecientes a las distintas etapas que jalonan la obra platónica. Nuestra intención es que su lectura permita desmitificar tanto la supuesta confianza ciega en la pintura ideal de gobierno que Platón delinea en República, como el presunto realismo extremo de su última obra, las Leyes. Como se intenta demostrar a lo largo del libro, el pensamiento político platónico es un tanto más complejo que lo que supone un brusco cambio que va de un idealismo optimista a un desesperanzado realismo político. En el arco conceptual que va del maduro régimen político de República a la tardía y progresiva revalorización del papel de la ley en Político y Leyes, vemos cómo Platón procura ajustar y reorientar su programa ideal de gobierno en contraste con una coyuntura ético-política siempre desfavorable.
A los ojos de Platón, la crisis de los valores ético-políticos de su época y la de las creencias de los hombres acerca del mundo y de sí mismos eran dos caras de la misma moneda: intuía que el desorden, la inconstancia, el azar y la incertidumbre que los filósofos habían descubierto en el universo eran, de alguna manera, los mismos que agitaban a las sociedades de su tiempo; y Platón anhelaba el orden, la ley, la repetición, la certeza, en la sociedad lo mismo que en el pensamiento. Las proposiciones matemáticas gozaban, para Platón, de una certeza indubitable; los objetos de que trataban (números, líneas, círculos...) eran, en fin de cuentas, los únicos objetos conocidos que se comportaban dócilmente tal como mandaba la diosa de Parménides: eran lo que eran y no podían no serlo, eterna e invariablemente. Era razonable pensar, sin embargo, que ese privilegio lo compraban al precio de no ser de este mundo, de no ser, como hoy diríamos, reales. El atrevimiento de Platón fue postular que esos entes ideales, no siendo de este mundo, tenían que ser el fundamento que permitía en ten der el mundo: los entes ideales, las Formas, constituían la estructura fija y estable que subyacía a la realidad cambiante; eran los elementos del mundo que en vano habían buscado los filósofos. En fin de cuentas, las matemáticas, que no trataban más que de puras idealidades, ofrecían el solo ejemplo de un conocimiento firme e infalible; y la pregunta de Platón era cómo debe ser el mundo para que pueda ser conocido. Lo indudable, para Platón, es que no puede haber conocimiento alguno si todas las cosas fluyen y cambian y nada permanece, como creen los supuestos seguidores de Heraclito. De ser así, nada sería lo que es; nada podría ser conocido, ni de nada podría decirse que es esto o lo otro, ya que, mientras hablamos, ya se habría trocado en otra cosa. Para que haya conocimiento, y lo que es más, para que haya algo que conocer, es preciso que haya unas Formas o esencias eternas e inmutables: ?lo Bello y lo Bueno en Sí?, y una para cada una de las cosas que son las que son.