Si por algo es conocido Julio Camba es justamente por su faceta de cronista viajero, por haber descollado en un género cultivado por escritores de la talla de Azorín, Josep Pla, César González-Ruano, Rubén Darío o Enrique Gómez Carrillo. Como pone de manifiesto esta antología creada ex novo por Francisco Fuster bajo el título de Crónicas de viaje, Camba no ejerció nunca como el turista que visita los lugares de interés recomendados por las guías.
Camba es un moderno de veras. Contemplada en su conjunto, su obra está hecha de fragmentos, de trozos de espejo, de pecios, de apuntes de diario o apuntes del natural, de pequeños cuentos que parecen capítulos desgajados de un texto mayor e invisible. Su herramienta principal la ironía le sirve para ofrecernos una imagen paradójica del mundo moderno, en el que no se siente ni a gusto ni a disgusto, sino más bien encogido de hombros, aunque de vez en cuando se pone estupendo, es decir, categórico, y escribe cosas como «Toda la civilización no es más que una lucha desesperada del hombre para no tener que trabajar». (Del prólogo de Juan Bonilla) Camba fue un articulista de pulso vibrante, ocurrente como pocos, divertido como poquísimos, melancólico como buen gallego. [...] Sus artículos son en realidad pompas de jabón: Camba no intentaba adoctrinar ni dilucidar incógnitas sociológicas pasadas o presentes, sino juguetear igual que un gato juega con un ovillo de lana con la realidad, reducirla a un chascarrillo ameno, con la atención puesta en el detalle y no en la panorámica. Practicó con maestría indolente el arte de la reducción al absurdo, que suele ser la consecuencia de un procedimiento lógico. [...] Por lo demás, su prosa tan tersa, tan naturalmente concisa presenta la virtud de la diafanidad, de la difícil transparencia: nunca se le embrolla, jamás se le desdibuja. (Del prólogo de Felipe Benítez Reyes) Julio Camba Andreu (Vilanova de Arousa, 1884-Madrid, 1962) fue durante la segunda y tercera década del siglo XX uno de los más singulares corresponsales extranjeros que haya tenido nunca la prensa española. Su maestría no ha dejado de ser elogiada por escritores tan distintos y variados como Miguel Delibes, Francisco Umbral, Cándido, Manuel Vicent o Antonio Muñoz Molina. A los dieciséis años se escapó de casa y llegó hasta Buenos Aires. Allí se introdujo en los círculos anarquistas y redactó incendiarias proclamas y panfletos. Al final fue deportado del país junto con otros anarquistas. De regreso a España empezó a colaborar en la prensa local gallega y en publicaciones revolucionarias del Madrid de comienzos de siglo, y su prosa no tardó en ocupar las columnas de los más importantes periódicos (El País, España Nueva, La Correspondencia de España, El Mundo, La Tribuna, ABC, El Sol, Ahora ). De sus quince libros publicados, siete son crónicas de viaje para diversos periódicos: Playas, ciudades y montañas (Galicia, París y Suiza), Londres, Alemania (los tres de 1916), Un año en el otro mundo (1917) (Nueva York), La rana viajera (1920) (España), Aventuras de una peseta (1923) (Alemania, Londres, Italia y Portugal) y La ciudad automática (1932) (Nueva York de nuevo).
A un escritor en periódicos como Julio Camba, que en palabras de Ramón Villares poseía una de las mejores plumas de su época pero que, por compasión con los lectores, evitaba ser doctrinario en sus escritos, jamás se le podría exigir una mirada sobre su tierra natal que fuese sistemática y coherente. Es justamente lo contrario lo que esta selección a cargo de Francisco Fuster y compuesta en su mayor parte por artículos inéditos en forma de libro nos ofrece: un breve y chispeante desfile de estrellas sobre el firmamento de una Galicia que también entonces era vista con las muletas de muchos estereotipos.
Muchas Europas había a comienzos del XX, cuando ya se hablaba de «europeización» en términos de progreso; incluso la del Zar o la del verdugo otomano del Bósforo. En el otoño de 1908, un joven Julio Camba aceptaba la oferta de La Correspondencia de España de viajar a Constantinopla para informar de los cambios políticos que se sucedían tras la revolución de los Jóvenes Turcos, y que mantenían en vilo al resto del continente. En este volumen se recogen juntas, por vez primera, todas las crónicas que Camba enviara a su periódico desde la capital de Turquía, recuperando gran número de textos nunca publicados anteriormente en libro: ocultos entre las diferentes ediciones que el diario lanzaba en una misma fecha, se hallaban prácticamente inéditos. El conjunto nos ofrece un Julio Camba «inexplorado», en buena parte por descubrir, muy lejos de precedentes literarios o periodísticos anteriores como Antonio de Zayas o Blasco Ibáñez, aportando su propia visión iconoclasta del mundo turco. El lector se sorprenderá y disfrutará con su mezcla de ironía punzante y la frescura y sinceridad propia de esa época de juventud y de su tendencia filo anarquista; sus artículos resultan más extensos y dados a la creación literaria de lo que suele ser frecuente en él, incluso con un tono serio o severo sin menoscabo, pese a todo, de su genuino humorismo. El volumen se completa con otros trabajos de asunto turco que Camba publicara diseminadamente a lo largo de su carrera, así como la serie de cinco capítulos «Un viaje al Perú» aparecida en 1925 en el diario El Sol, un episodio poco documentado en la historiografía cambiana y en las relaciones de nuestro país con Hispanoamérica. Igualmente, a través de una completa introducción, el lector podrá colocarse en las coordenadas sociales, políticas e históricas del momento, tan especiales tanto en Turquía como en España; y al igual que Camba, establecer paralelismos comparativos con la situación española del momento y con nuestra propia situación política actual. Julio Camba (Vilanova de Arousa, 1884-Madrid, 1962), es sin discusión uno de los cronistas más populares que ha habido en nuestro país, con su personalísimo estilo breve y cargado de agudas observaciones. Tras unos inicios periodísticos en diversas publicaciones anarquistas y republicanas, comenzó a adquirir notoriedad al incorporarse a la redacción de El Mundo, de donde salió catapultado hacia las más importantes cabeceras de la época, como La Correspondencia de España, ABC o El Sol. Su estancia en Constantinopla sería el origen de su brillante carrera posterior como corresponsal en el extranjero, ejerciendo de «psicólogo de las grandes urbes que se servía de la paradoja incesante para explicarnos el alma de los sitios que visitaba», en palabras de Francisco Umbral. De ella surgirían algunos de sus más afamados libros como La rana viajera (1920) o La ciudad automática (1932). Premio «Mariano de Cavia» en 1951, Julio Camba publicó también otros volúmenes al margen de su actividad periodística: La casa de Lúculo (1929) y Haciendo de República (1934). José Miguel González Soriano (Madrid, 1973) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido becario de la Real Academia Española y ha ejercido como documentalista para la Asociación de la Prensa madrileña y otras instituciones. Coordinador y reseñista crítico del suplemento literario «Los Lunes» del diario El Imparcial.es desde su fundación en 2009, en la actualidad colabora en las bases de datos digitales Dialogyca BDDH y Mnemosine: textos literarios raros y olvidados (1868-1936). Miembro del grupo de investigación La otra Edad de Plata (UCM), su labor investigadora se centra en la realización de una tesis doctoral acerca de la obra periodística y literaria de Luis Bello (1872-1935), de quien ha publicado recientemente Una mina de oro en la Puerta del Sol y otras dos novelas cortas (Renacimiento, 2015). Además ha participado, entre otros, en los volúmenes colectivos La otra Edad de Plata. Temas, géneros y creadores (2013) y Los márgenes de la modernidad. Temas y creadores raros y olvidados en la Edad de Plata (2014).
Hay ciudades que constituyen por sí mismas un género literario. Nueva York es el mejor ejemplo. Y dentro de ese género una de las obras maestras es este libro, que aúna sociología y humor, futurismo y encanto antiguo. En La ciudad automática encontramos el envés bien humorado de otra obra escrito por las mismas fechas, Poeta en Nueva York de Federico García Lorca. Lo que en el poeta es tremendismo y magia, lo trueca Camba en alacridad, disparatada hipérbole y punzante inteligencia. Quienes aman Nueva York, quienes la detestan, no pueden dejar de leer este libro, escrito por alguien que se resiste a dejarse seducir por los encantos de la Ciudad con mayúscula, pero que al final acaba sucumbiendo a ellos, como nos pasa a todos. Con Nueva York y también con Camba, el escritor que detestaba la literatura, el anarquista que acabó sus días refugiado en un hotel de lujo. Julio Camba (1884-1962) es uno de los pocos escritores españoles que ocupa un lugar destacado en la historia de la literatura solo con su obra periodística. Nacido en Villanueva de Arousa, emigró todavía adolescente a Argentina, donde entró en contacto con los medios anarquistas, lo que ocasionaría su repatriación forzosa. A partir de 1908, cuando fue enviado a Constantinopla, destacó como corresponsal en el extranjero. En 1916 sus crónicas comenzaron a ser reunidas en libro. Ese año aparecieron Londres, Alemania y Playas, ciudades y montañas. Con posterioridad publicaría Un año en el otro mundo (1917), donde narra su primera estancia en Nueva York, La rana viajera (1920), Aventuras de una peseta (1923) y La ciudad automática (1932). Sus artículos misceláneos, con los que renovó la literatura humorística, fueron recopilados en Sobre casi todo y Sobre casi nada, ambos de 1928 (reeditados en Renacimiento con prólogo de Juan Bonilla y Felipe Benítez Reyes); Esto, lo otro y lo de más allá y Etc. Etc., los dos de 1945, y Millones al horno (1958). Aparte de las crónicas viajeras, la obra más conocida de Julio Camba es La casa de Lúculo o El arte de comer (1929). Su desencanto republicano lo plasmó en Haciendo de República (1934). Buena parte de su labor periodística quedó perdida en las hemerotecas y se ha ido recogiendo póstumamente en volúmenes como Caricaturas y retratos (2013) o Crónicas de viaje (1914). Constantinopla, de inminente aparición en esta misma editorial, recopila los artículos del viaje a Turquía, hasta ahora casi enteramente desconocidos.
El espíritu viajero de Camba, que ejerció como corresponsal de prensa en Nueva York, Londres, Berlín y París no sólo le permitió conocer de primera mano las comidas y bebidas de los principales países del mundo, sino que también acabó enemistándole con el ajo, lo que prueba su carácter iconoclasta y anarquista. Todo ese saber se condensa en La casa de Lúculo, uno de sus mejores libros, donde plantea una filosofía de la vida a través del paladar, saltándose todas las fronteras conocidas e imponiendo el sentido común y el humor al arte de la gastronomía, que él siempre atribuyó a las clases medias antes que a los estómagos opulentos.
Reunimos en este volumen lo más significativo de la escritura de Julio Camba entre 1901 y 1907: unos textos que redactó entre los dieciséis y los veintidós años y que muestran el camino recorrido a ambos lados del Atlántico por un joven con un talento innato para contar lo que pasa a su alrededor y con la férrea voluntad de intervenir en la realidad que lo envuelve. Un joven de una precocidad pasmosa que en esos momentos ya cuenta con grandes vivencias a sus espaldas y que, como otros muchos de sus contemporáneos, había caído bajo el influjo de las ideas individualistas de Max Stirner y de Friedrich Nietzsche. Sin embargo, esta no es una recopilación al uso de textos de Camba, ya que en ella se incluyen muchos de los escritos que las reglas de lo políticamente correcto y de lo literariamente aceptable que vienen a ser las mismas han proscrito de las antologías. Textos en muchos casos de combate, de un desatado fervor, con una gracia inmensa y en los que siempre se hace gala de un saludable desdén por la autoridad.