Los relatos que aquí presentamos dejan a la vista el despiece de la identidad nacional a través del enfrentamiento de las culturas americana y europea, como en el caso de una de sus historias más famosas: Daisy Miller, una fábula moral en la que Henry James analiza con frío rigor las costumbres sociales, y Otra vuelta de tuerca, que figura entre las novelas ejemplares de la literatura, en la que se atreve a poner en duda la imagen de la infancia como momento inocente y paradisíaco.
Henry Miller llegó tarde al grupo de expatriados de los años 1920, entre los cuales escritores como Hemingway o Fitzgerald irrumpieron brillantemente en el firmamento literario. Para cuando Miller se trasladó a París, a instancias de su esposa June, América estaba entrando en la Gran Depresión y la sombra de Hitler comenzaba a moverse a través de Europa. Poco tiempo después, Miller conocía e iniciaba una larga relación con Anaïs Nin, a la que sigue hasta Nueva York en 1935. El viaje y las experiencias vividas lo llevan a escribir ese mismo año este Nueva York. Ida y vuelta. Más diario que novela, y escrita desde el yo y la subjetividad propia del autor, esta obra es una larga y divertida carta que Miller dirige a su íntimo amigo Alfred Perlès, una carta llena de impresiones vivas y reflexiones escandalosas, en la que se incluye también un ameno fresco de su viaje, conformando así un retrato tan cómico como genial del autor y de su lugar de nacimiento. En este volumen se añade la también carta del autor Vía Dieppe-Newhaven, donde nos narra un malogrado viaje a Londres desde París.
Miller ha escogido avergonzar al diablo y decir la verdad, y su obra es una de las aventuras más valientes, ricas y consistentes en este terreno desde Jean-Jacques Rousseau. LAWRENCE DURRELL. Una de las exposiciones más luminosas de Henry Miller acerca de su personal filosofía de la vida se encuentra en Inmóvil como el colibrí, que confiere un título simbólico a esta serie de relatos, retratos y ensayos recopilados en 1962, pero que abarcan veinticinco años de su trabajo literario. El tono de la mayoría de estos escritos es sumamente crítico con el tipo de vida americano. No obstante, Miller cree en los milagros y salva al individuo -al artista, al creador- del conformismo social, puesto que el lenguaje del individuo creativo es la libertad. Éste, en una posición inconformista, ha de creer en el milagro de su lucha liberadora y si no es así permanecerá inmóvil como el colibrí. Como premio, el colibrí recibirá los mimos de la sociedad y no será visto como una amenaza para el orden establecido.
Estas cartas con Michael Fraenkel con Hamlet como excusa, escritas entre 1935 y 1938, constituyen uno de los destellos de inteligencia más deslumbrantes del autor de 'Sexus'. Como resalta Michael Hargraves en el prólogo «La belleza del libro no radica en el examen de Hamlet (si bien estoy seguro de que un erudito shakespeareano podría disfrutar enormemente con el libro), sino en la forma como los autores se van por las ramas para revelarse. Esas desviaciones son las que les permiten fluir, lanzarse a debates sobre muchas cosas caras a su corazón y sobre el mundo en general» y «contiene algunas de las páginas mejores de Miller, algunos de sus pensamientos más libres [...] publicados e imbuidos del estilo sarcástico y maravillosamente vulgar del Miller que yo ya había leído.»
La literatura norteamericana cuenta con una buena nómina de autores malditos y Henry Miller ocupa los puestos de cabeza. José Antonio Gurpegui (El Cultural). A pesar de ser el gran vagabundo de la literatura, no necesitará buscar lectores entre nuestros nietos, los tiene asegurados. Lawrence Durrell. Con su clásico afán provocativo, Henry Miller repasa ese hábito extraño, compulsivo y ya ni siquiera inconfesable, que todo lector febril ha practicado: leer en el retrete. En nuestra reverente adoración de la lectura, la llevamos con nosotros a lugares que no parecen muy aptos, precisamente, para la reverencia. Ésa es la contradicción que atrae la mirada de francotirador de Miller. En un texto vitriólico, divertido y punzante, aprovecha para arremeter contra toda noción de la lectura que ya sea por su exceso de solemnidad o, al contrario, por la búsqueda de mero entretenimiento renuncie a la sagrada experiencia de la intensidad total. Y en páginas de una enorme belleza nos anima a perseverar en la busca del texto que todos anhelamos leer: aquel que un día escribimos en sueños y de inmediato olvidamos. Enrique de Hériz.