Cuando observamos fotografías del Escorial del siglo XIX, enseguida llama la atención el panorama de desolación que presentaban sus montes, ni un árbol, ni un mísero arbusto ofrecían su sombra protectora. Era un paisaje más propio del satélite lunar que
El Monasterio de El Escorial como conjunto monumental o fetiche simbólico tal vez de un sueño fúnebre ha sido, a través de su centenaria historia, objeto de múltiples miradas, visiones, interpretaciones y lecturas, debido, sin duda, a que sus trazas y fábricas trascienden al tiempo en que fue construido. La elaboración del discurso simbólico en El Escorial se ve arropado por la gestión manifiestamente utópica del rey. La metáfora se hace piedra en un mapa de múltiples trazas constructivas que levantan una espacialidad de recintos y estancias tan próximos al mundo ideológico del monarca, en sus deseos de poder edificar la civitas de la cristiandad donde poder regenerar los postulados verdaderos de la Fe. La imagen de su arquitectura ha sido objeto de interpretaciones diversas, no solo por lo que su racionalidad constructiva expresa sino por el enigma que invade al lugar edificado.