El Canto Primero de Los cantos de Maldoror se publicó en París en agosto de 1868, sin pseudónimo ni nombre de autor. En enero de 1869 (con pequeñas correcciones, entre ellas un asterisco donde estaba el nombre Dazet) el mismo canto se reproduce en un
En agosto de 1869 el editor belga Albert Lacroix imprime la primera edición de «Los cantos de Maldoror», una obra única e inclasificable, entre la confesión y la poesía en prosa, firmada por un tal Conde de Lautréamont. Pero Lacroix, temeroso de la censura debido a su contenido blasfemo, obsceno y provocador, decide finalmente no distribuirla a librerías. Los ejemplares, costeados por el misterioso Lautréamont seudónimo inspirado en un personaje de Eugène Sue, quedaron abandonados en los sótanos de una imprenta. Años después se supo que quien estaba detrás de tan sonoro «nombre de guerra» era Isidore Ducasse, un joven de veintitrés años, hijo de un diplomático francés y nacido en Montevideo, que había muerto de tuberculosis tan solo un año después. «Era un joven alto y moreno, imberbe, nervioso, ordenado y trabajador. Sólo escribía de noche, sentado ante su piano. Declamaba, forjaba sus frases, subrayando sus prosopopeyas con acordes» recuerda su primer editor. Tuvieron que pasar veinte años hasta que la obra despertó de su letargo y vio finalmente la luz en París en 1890. Redescubierta por el escritor Léon Bloy, y reivindicada después de forma entusiasta por el movimiento surrealista, cuyo líder, André Breton, la consideraba «la expresión de una revelación total que parece sobrepasar las posibilidades humanas», «Los cantos de Maldoror» se ha convertido con el paso del tiempo en una leyenda, en un libro maldito de culto. La obra, un amargo y feroz alegato en contra de la miserable condición humana y de su último responsable, el Creador, comienza con la siguiente advertencia: «Plegue al cielo que el lector, enardecido y vuelto momentáneamente feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las desoladas ciénagas de estas páginas sombrías y llenas de veneno » La presente edición, a cargo de Mauro Armiño, se complementa con las «Poesías» y «Cartas», que conforman la obra completa de Isidore Ducasse. Ilustrada a color por Santiago Caruso.
La presente traducción, realizada por el poeta Aldo Pellegrini, es considerada la versión definitiva al castellano de la obra de Isidore Ducasse (conde de Lautréamont), misterioso escritor de lengua francesa nacido en Montevideo, cuya obra en prosa tuvo u
"He aquí una obra genialmente extraña, estéticamente perfecta, que merece ser leída, releída y apreciada despaciosamente."GERARDO MELLO MOURÃO ¿Qué será verdad y qué será mentira cuando se intenta rescatar la trágica y fugaz existencia de Isidore Ducasse, conde de Lautréamont? ¿Y qué será verdad o fruto de una delirante imaginación cuando nos sumergimos en las páginas de este extraño, anfractuoso y sombrío relato en el que el escritor Ruy Câmara busca recomponer lo que fue el breve y turbulento periplo terrestre del autor de los Cantos de Maldoror? Es muy poco lo que se sabe de la vida, e incluso de la obra, de Lautréamont y aquí resurge vivo y más maldito que nunca en estas páginas de insólito y alucinado memorialismo con pasajes en los que nos sentimos cómplices de aquellos momentos de un pasado que, aunque muerto, insiste en no morir. Cabría decir que, en cierto modo, Ruy Câmara renueva el género de la biografía novelada dejándose intencionadamente "contaminar" por el drama existencial y la locura del personaje biografiado, aproximándose así a instancias anímicas y psicopatológicas que resultarían inaccesibles si su relato mantuviese aquella distancia histórica y emocional de la que tanto se precian los biógrafos desde James Boswell. Y así resulta un retrato que se diría táctil y casi sangriento del hasta hoy escasamente conocido Isidore Ducasse, tan explorado por los estudios psicoanalíticos y las tesis existencialistas durante el siglo XX, y que luego sería un tiempo olvidado, para ser después varias veces redescubierto, como lo ha sido ahora, en el umbral del tercer milenio, por Ruy Câmara en estos espléndidos y perturbadores Cantos de otoño. Ivan Junqueira, de la Academia Brasileira de Letras