Clara Ribalta, durante veinticinco años, es la hermana Nazaret dentro de un asilo de ancianos en Córdoba. Después, un deslumbrador descubrimiento de su intimidad la transformará de nuevo en Clara Ribalta. Las afueras de Dios trata del itinerario físico y espiritual de esa mujer, que vive y ama hasta la muerte y más allá. El amor es el alimento único de su cuerpo y de su alma, ya que ambos son inseparablemente ella. El amor en muchas de sus manifestaciones: el divino, con su noche oscura, y también el humano; el que asciende a las cumbres más altas y el que se entrega con la entrega del cuerpo; el amor franciscano a todas las criaturas y, sobre los demás, el amor a los ancianos, que configura su vida entera. Su experiencia, en el convento y fuera de él, le ha permitido comprender que es imposible amar a los hombres en Dios: hay que amar a Dios en los hombres; que los otros no son el infierno: los otros son precisamente Dios. Y le ha permitido llegar a la conclusión de que la ciencia añade años a la vida humana, pero no añade vida a tales años, y ésa es la empresa en la que todos, por nuestro propio interés, hemos de participar. Y le ha permitido intuir que nuestro universo no fue creado de una vez para siempre; que ha de recrearse sin cesar por el hombre, habitante de las afueras de Dios pero su delegado y su continuador: la promesa «Seréis como Dioses» del Tentador en el Paraíso no fue una vana falacia. La primera parte de esta historia la relata el capellán del asilo cordobés. La segunda, pasados casi treinta años, un voluntario que trabaja en la residencia donde Clara es ya una anciana muy poco común. Situada en esas afueras, se mueve Clara a los impulsos de su corazón. Hasta que, al fin, le es dado conocer y saborear una aproximación indecible a lo que constituye el verdadero centro de su mundo, a su última e inefable razón de ser.
¿Quién es el dueño de una carta: el remitente, o el destinatario? Quizá el correo, en su trayecto al menos. ¿Quién es el dueño de la herida: el que la causa, o el que la padece? ¿No son caras los dos de una misma moneda? O quizá el dueño es el sentimiento que les clava su dardo. Quien ama, quien es amado y el amor: ese arquero que los llaga a ambos, ese puente levadizo en que se encuentran y se desencuentran... El dueño de la herida es el verdugo y es la víctima; es el idólatra y es su ídolo; pero, sobre todo, aquello que los vincula o los enfrenta, sea cual sea su nombre. Porque hay amores que no saben el suyo verdadero.
El amor como conflicto entre la libertad individual y las responsabilidades sociales es uno de los temas preferidos del más exitoso Antonio Gala. En Anillos para una dama es Jimena, viuda del Cid, quien se debate entre su amor por el indeciso Minaya Ávar Háñez y su compromiso histórico con la memoria de su esposo y los intereses políticos de los reinos cristianos. Estos dos anillos -el de esposa de un héroe y, después, de viuda resignada- son los grilletes qu eel amor ha de vencer. El volumen se completa con Los verdes campos del Edén, Premio Calderón de la Barca, que fue su primera obra estrenada y el comienzo de su éxito arrollador en la literatura actual.