Un gran clásico de la literatura universal y patrística. Una de las obras más leída, citada y traducida después de la Biblia. San Agustín, el más célebre de los Padres de la Iglesia latina (354-430) nació en Tagaste, población de Numidia, en el norte de África. Su madre, Mónica, fervorosa cristiana, desarrolló en él el sentimiento religioso; pero sin llegar a administrarle el bautismo. Cursó sus estudios en Tagaste, Madaura y Cartago. Durante los cuatro años de estancia en esta última ciudad se dejó arrastrar por el ambiente disoluto allí reinante, y de una relación ilícita tuvo un hijo a quien puso por nombre Adeodato. Del año 373 al 386 tuvo lugar su evolución interior. Auque nunca fue un maniqueo convencido, aceptó los presupuestos del maniqueísmo. Se trasladó a Roma y el año 384 obtuvo la cátedra de retórica de Milán, donde la predicación de san Ambrosio lo fue disponiendo para su conversión. Recibió el bautismo el año 387, después de lo cual regresó a África y se dirigió a Hipona. El año 395 fue consagrado obispo de esta ciudad, donde desarrolló toda su actividad pastoral y literaria hasta la muerte. La rica personalidad de san Agustín y su sorprendente fecundidad literaria han hecho de él una de las más grandes figuras del Occidente cristiano. Las Confesiones, su obra más célebre, no es sólo la confesión de sus pecados, sino también una profesión de fe, una alabanza a Dios y una acción de gracias por todo lo que Él ha obrado en su alma. Al mismo tiempo es una obra que contiene muchos otros aspectos de psicología, filosofía, teología, mística y poesía. La obra se divide en dos partes: en la primera, libros I-IX, Agustín relata su vida y su evolución interior hasta su conversión y la muerte de su madre. La segunda parte, libros X-XIII, refleja el estado de su alma en el momento en que escribe y contiene profundas reflexiones sobre Dios, el tiempo y la creación. Es difícil encontrar una obra, después de la Sagrada Escritura, que haya sido tan leída, citada y traducida. Con razón ocupa un lugar de honor entre los grandes clásicos de la literatura universal.
La turbulenta niñez y adolescencia de San Agustín dejó paso, según nos lo cuenta él mismo, a una primera juventud ciertamente tórrida, en la que con frecuencia confundió la búsqueda de esposa con la satisfacción de necesidades algo más primarias. Sin embargo, en esa primera juventud, primero en Roma y más tarde en Milán, se dedicó también, cuando sus pulsiones se lo permitían, a la búsqueda de la verdad. Confundió muchas veces el camino, unas veces entre los oradores, otras entre los maniqueos, pero al menos descubrió que la vida no tenía sentido (y que no había lugar ni a la belleza ni al bien) si no se encaminaba a encontrarla. Creyó alcanzarla en vida, y esto le hizo merecedor de la fulminante condena de Nietzsche, pero la condena y la salvación pertenecen ambas al mismo registro histórico.
«Por ello me parece que el tiempo no es otra cosa que una expansión: ¿de qué cosa? No lo sé, pero me asombraría que no fuera del espíritu mismo. Te suplico, Dios mío, ¿qué mido entonces cuando digo de forma poco precisa: este tiempo es más largo que aquél; o cuando digo de modo preciso: éste es el doble de aquél? Mido el tiempo, lo sé. Pero no mido el futuro, porque aún no es, ni mido el presente, porque no comprende ningún espacio temporal, tampoco mido el pasado, porque ya no es más. ¿Qué mido entonces? ¿Los tiempos que pasan, no los pasados? Así lo he dicho antes». Las Confesiones de Agustín de Hipona (354-430) se ordenan en torno del proceso de conocimiento de sí mismo que lleva a preguntarse por la relación del hombre con Dios, el cual trasciende y determina la propia subjetividad. La meditación sobre el contraste entre tiempo humano y eternidad divina, emprendida en este libro XI, conduce al reconocimiento de la paradoja del ser del tiempo. Agustín concluye que el tiempo es la expansión del espíritu a través de la actividad conjunta de memoria, atención y expectación.
Esta obra recoge Las Confesiones de san Agustín, consideradas por lectores y estudiosos como uno de los clásicos más importantes de la espiritualidad occidental desde su publicación hasta nuestros días. En ellas han visto un exponente autorizado, fidedigno, del modo como los cristianos de cultura principalmente mediterránea y, luego, centroeuropea han entendido y llevado a la práctica la repercusión de su credo en la vida. Las Confesiones, en concreto tres, constituyen un diálogo con Dios, cu ya misericordia, providencia y esplendidez reconoce, confiesa y alaba Agustín. Son también un testimonio simultáneamente personal, apostólico y doctrinal dirigido a los fieles de la Iglesia católica.