Un sutil juego de estrategias y venganzas mutuas entre dos amigos íntimos conduce a la muerte de un prestigioso poeta en el marco de los cursos de verano de una pequeña ciudad de provincias. Con la estructura de secuencias cinematográficas, como un puzle, y con un perfilado conjunto de personajes y lugares muy diversos, la novela sorprende por el mecanismo psicológico del crimen. Un lenguaje duro, descarnado a veces, pero no exento de lirismo en ocasiones, refuerza la escritura narrativa.
Antonio Machado expresa su palabra en el tiempo con esa capacidad que tiene de traernos los ríos como si estuvieran fluyendo ante nosotros, de acercarnos los paisajes como si los contempláramos por primera vez, pero ya los hubiéramos visto muchas veces. Porque todo vibra en sus versos como los álamos intactos de la ribera del Duero, que son todos los álamos de todos los ríos. Porque muchos hemos ido allí a buscar ese paisaje para darnos cuenta de que ese paisaje estaba ya dentro de nosotros mismos. Porque sus caminos se siguen haciendo al andar y son todos los caminos de lo eterno humano. Porque hoy sigue siendo aquel mañana de ayer.
Sol tiene casi 30 años y su vida sentimental es una montaña rusa. Ya era catastrófica, pero, como siempre se puede ir a peor, entra en crisis después de pasar una noche de loca pasión con el que parecía, una vez más, el hombre de su vida, pero que resultó ser el hombre de la vida de su esposa. Para acabar de rematarlo (nunca mejor dicho), Aitor, su comprensivo psicólogo, la única persona que le ayuda a mantener su fe en el género masculino, muere repentinamente, dejando a su cargo una estrambótica misión: deberá buscar y entregar las cenizas de su terapeuta a la que fue su único y auténtico amor de juventud. ¿Lo conseguirá? ¿Encontrará el amor por el camino?