Alemania, año 1106. Hildegarda, de ocho años, ingresa en un monasterio benedictino del Palatinado. Es una niña enfermiza con un don especial: tiene visiones. Durante largo tiempo su vida transcurre, externamente, tranquila y apacible, pero Dios tiene otro camino para ella. A los cuarenta y tres años le ordena que escriba sus visiones. Y, a partir de ese momento, se convierte en un referente de la Cristiandad al manifestarse su compleja y riquísima personalidad de visionaria, profeta, teóloga, música, médica, boticaria, científica, fundadora, consejera de emperadores y papas, de obispos, abades y abadesas, de gente sencilla...