En cuanto estalló la Primera Guerra Mundial, de la que este año se cumple el centenario, la neutralidad española hizo que San Sebastián, a resguardo de las hostilidades, pero lo suficientemente próxima como para permitir seguir de cerca la evolución de los acontecimientos, quedara, por decirlo así, en primera línea de la retaguardia. La ciudad se convirtó en refugio perfecto para quienes huían de aquel horror por supuesto, para quienes podían permitírselo y en lugar de paso ineludible para otros muchos, ya fuesen políticos, capitalistas, aristócratas, artistas o
espías, como Mata Hari. La tantas veces evocada Belle Époque, fenecida precisamente con la guerra, en San Sebastián se prolongó hasta los «felices años veinte». Si el furor bélico había destruido la ciudad en 1813, cien años más tarde, quedar al margen de ese furor le permitiría un desarrollo inusitado. Claro que aquel desarrollo ni estuvo exento de contradicciones ni benefició a todos por igual. Las clases trabajadoras vivían momentos de especial penuria, lo que dio origen a numerosos conflictos. Javier Sada ha espigado en la prensa de aquellos años noticias relacionadas tanto con las lujosas fiestas como con el problema de los repatriados; tanto con los espectáculos de moda como con las protestas obreras; tanto con las celebraciones populares como con la guerra submarina o el espionaje. A través de esta especie de collage, el cronista más popular de la ciudad acerca con su habitual amenidad al lector a una época en la que San Sebastián brilló como nunca.