A mediados del siglo XVI, Europa era un laberinto en el que confluían las contiendas entre los Estados que estaban saliendo de la Edad Media y competían por la supremacía política, militar y económica en la Edad Moderna, con el telón de fondo del despertar del comercio mundial, las guerras de religión, las pugnas entre las diversas facciones de la nobleza... En ese escenario, España, defensora a ultranza del catolicismo, vivía el cenit de su Imperio con Carlos V y su hijo Felipe II, y el comienzo de su crisis con la revuelta protestante de los Países Bajos. El conde de Egmont, protagonista de esta historia, fue una de las víctimas en este proceso de cambios sociales y políticos. Primero, estuvo al lado de Carlos V, junto al que desempeñó papeles relevantes en la construcción del Imperio y, luego, fue un fiel general en San Quintín a las órdenes de Felipe II, hasta el momento en que fue ejecturado por orden suya. San Quintín (1557) marcó el inicio del reinado de Felipe II y, hasta cierto punto, el fin de la monarquía medieval y el comienzo de la moderna.