Ahora, cinco siglos más tarde, el poeta Juan de la Cruz, el único cuyo nombre se traduce a cada nuevo idioma que lo acoge, pues todas las literaturas lo hacen suyo: John, Jean, Giovanni, el hombre derrotado, fracasado, el medio fraile (como lo llamaba la santa de Ávila), el poeta inédito en vida, el reformador bajo sospecha, el monje secuestrado, el místico incomprendido por los suyos, el hombre solo, que prefiere las criaturillas vegetales de la huerta a la, tantas veces, onerosa compañía de las pasiones humanas, el fino exegeta, el viajero, el teólogo, el artista, el contemplativo, el humanista, el enamorado… nos regala su misterio encarnado en un solo verso: ¡Oh Ninfas de Judea! Este trabajo, es un tímido asomo a la hondura del acto creador del poeta carmelita a través de este verso, un sorprendente hallazgo del Cántico espiritual que esconde un foco de luz que ilumina el fondo remoto de los siglos.