«El varón de Dios Francisco, ausente del Señor en el cuerpo, se esforzaba por estar presente en el espíritu en el cielo; y al que se había hecho ya conciudadano de los ángeles, le separaba sólo el muro de la carne. [...] Buscaba siempre lugares escondidos, donde no sólo en el espíritu, sino en cada uno de los miembros, pudiera adherirse por entero a Dios. [...] Esto en casa. Pero, cuando oraba en selvas y soledades, llenaba de gemidos los bosques, bañaba el suelo en lágrimas, se golpeaba el pecho con la mano, y allí como quien ha encontrado un santuario más recóndito hablaba muchas veces con su Señor. [...] Rumiaba muchas veces en su interior sin mover los labios, e, interiorizando todo lo externo, elevaba su espíritu a los cielos. Así, hecho todo él no ya sólo orante, sino oración, enderezaba todo en él mirada interior y afectos hacia lo único que buscaba en el Señor». Estas palabras de Tomás de Celano encuentran una confirmación plena en las meditaciones de Divo Barsotti sobre algunos textos fundamentales de la oración franciscana, especialmente sobre el Oficio de la Pasión, sobre el Testamento y sobre la Chartula, que, según el místico toscano es una de las cosas más santas que existen en el mundo. Barsotti se sumerge con san Francisco en el abismo del Amor de Dios, donde sólo es posible perderse cuando se tiene una conciencia plena de la propia pequeñez.