Ese era el trato. Una canción sería el único escenario y dentro de ella deberíamos entregarnos a recuerdos e imaginación. Ofrecernos como un animal herido a lo que pudiera rematarnos, desangrarnos en lo verdadero de este encuentro incomprensible, provocar el escalofrío de la creación como quien desafía una bestia. Una canción y no esconderse las heridas, si no abrir esa rotura de piel; ensanchar esa grieta para ver qué hay del otro lado. Buscar la ebriedad de la música pretendiendo no salir intacto, dejarnos arrollar por la potencia oscura del zarpazo de los sugerido.