La historia ha sido particularmente mendaz con el compositor Gioachino Rossini. La imagen de un compositor dotado pero perezoso, emotivo pero despreocupado, pronto a la réplica rápida y chistosa, con una afición desmedida a la buena mesa y a las libaciones, responde a una popularidad muy mal conocida que lo presenta como protagonista de una serie de anécdotas, normalmente apócrifas. Stendhal, autor de una copiosa y fascinante biografía suya, salpicada de numerosos errores y otras tantas imprecisiones, llamó a Rossini «el Napoleón de la ópera». Cuando se cumplen los 150 años de su fallecimiento, el ensayista y crítico musical Fernando Fraga ?autor de los libros Simplemente divas y Maria Callas, el adiós a la diva? rinde un especial homenaje al genial músico de Pésaro, en unas páginas que rastrean las múltiples facetas de la singular relación que Rossini tuvo con España. Aunque viajó a Madrid nada más que en una ocasión, gracias a esa visita compondría una de sus obras religiosas más impresionantes: el Stabat Mater.