La elección de Ángela de la Cruz como artista para trabajar con niños y niñas hospitalizados, se debe al carácter dinámico, vitalizador, de su obra. Una obra que tiene como foco principal el proceso, no el resultado, y que, más allá de suponer un trabajo de imaginación, se desarrolla plenamente en lo real. Una obra que nos invita a pensar en cómo la destrucción del soporte pictórico (el lienzo) se ha convertido en un punto de inflexión en el proceso de creación, gracias al cual se inicia un recorrido de reconfiguración, de búsqueda de nuevos límites y referentes. Nos interesa sobre todo observar cómo las obras son en realidad objetos construidos a partir de una acción (deshacer, romper, arrugar, estrujar, cortar, desgarrar, desmembrar, etc.) ejercida sobre ellas, que surge como respuesta a una fractura en lo personal para desplazarse después al material (lienzo, pintura?). A partir de aquí el plano pictórico se quiebra. La ruptura del soporte da lugar a un espacio a medio camino entre la pintura y la escultura; a un lugar ambiguo y desconocido en el que la incertidumbre pasa a ser el motor de la acción. De esta forma, frente a la rutina aparece la sorpresa, frente al hábito la transgresión, frente a lo ya sabido el riesgo; pero, sobre todo, frente a lo inesperado, irrumpe con fuerza la adaptación creadora. Su obra es más una huella, un resto o un indicio, que un producto terminado con un fin netamente artístico. Un objeto que nos habla de una discontinuidad, de un quiebro en el camino; pero también de algo que en ocasiones resulta imprescindible en la tarea de dar sentido a lo incomprensible, y cuya transcendencia puede llegar a ser mayor que la de lo que se tiene por cierto y verdadero. La experiencia artística a la que nos remite esta artista, como más adelante veremos, tiene mucho que ver con lo que sucede cuando se trabaja con niños y niñas hospitalizados/as.dos.