El martirio de mi alma púber-adolescente me concedió el derecho de hurgar la verdad en mi propio ser y en la sociedad mentira que había creado y alimentado ese dolor. Lo hice en un diario poético informal, que comencé a escribir a los diecisiete años recién cumplidos, con pluma de uña y tinta de sangre y que, a lo largo de mi vida, no he dejado de escribir...