Los brazos son esos cilindros de carne que cuelgan a los lados del cuerpo. Son muy útiles para que no se nos caigan las manos al suelo, para ponernos inyecciones y para hacernos tatuajes. Sin embargo, los brazos son muy molestos cuando uno se enamora, porque en el amor siempre sobra un brazo. Yo, cuando muera, quiero que llenen mi ataúd con figuritas de Lladró y que me entierren con ellas. Así, al menos mi muerte habrá servido para algo. Cuando queda una croqueta sola en el plato, mágicamente, a todo el mundo se le acaba el hambre a la vez. Esa croqueta lo pasa mal viendo cómo la gente escoge a sus compañeras, y ella, mientras, en el plato: «¡Cógeme a mí, cógeme a mí!». Siempre le digo a mi madre: «¿Para qué la haces? Haz las demás, pero ésa no. Cuando las tengas todas amasadas y las vayas a echar a la sartén... deja una fuera».