Desde su inicio, el proceso de paz entre israelíes y palestinos ha estado presidido por la desigualdad y la violencia. Después de una década de negociaciones infructuosas, la Cumbre de Camp David puso en evidencia las profundas diferencias existentes en torno a la solución definitiva del conflicto. El desaparecido Yasir Arafat fue responsabilizado entonces del fracaso de las conversaciones, lo que evitó que se abordaran las verdaderas razones del colapso del Proceso de Oslo. La llegada al poder de Mahmud Abbas no ha cambiado la situación, e Israel, amparada por los Estados Unidos, continúa su política de hechos consumados (patente en la intensificación de la colonización y la construcción de un enorme muro de 700 kilómetros de distancia), destinada a hacer inviable un futuro Estado palestino.