Terezín, la ciudad natal del protagonista de Por el país del frío, sirvió durante la Segunda Guerra Mundial como campo de concentración para los judíos del Este; desde allí, la Gestapo los enviaba a campos de exterminio. Las autoridades checas han decidido enterrar este recuerdo del terror, destruyendo la ciudad y manteniendo un monumento conmemorativo. Pero el protagonista de esta novela, que pertenece a la última generación de habitantes de Terezín, ha convivido desde niño con esos restos del horror nazi: viejos barracones repletos de catres, objetos de los asesinados, notas manuscritas de los enviados al exterminio. Para él, borrar del mapa Terezín es también eliminar su infancia. Con la ayuda del tío Lebo, un testigo directo de aquellos tiempos, decide luchar por conservar tal como está la ciudad, aunque para ello tengan que recurrir a métodos no demasiado ortodoxos de financiación. Por el país del frío narra las aventuras de un personaje convertido, por accidente, en un experto en museos del horror que inicia un viaje como guardián de la memoria del Este. Para ello, Topol se sirve de un tono cáustico, con el que cuestiona la gestión, cínica e irresponsable, del pasado.