Músicos callejeros con su público entusiasta, niños que juegan ajenos, meritorios malabaristas, parejas que pasean, turistas que se fotografían, los masajistas del momento, o los vecinos que se asoman al balcón; la tabla de ejercicios cotidiana, el monumental Palacio, la mejor puesta de sol de la ciudad, o el glamour de una noche en la Ópera: todo ello cabe, luce y resplandece en la Plaza de Oriente que Juan Berrio nos dibuja amable.