La historia de España ha sido presentada a menudo en términos de ocaso, frustración y excepcionalidad. Desde fines del siglo XX se impone el paradigma contrario, una óptica comparativa que nos asimila al resto de Europa y trueca la «diferencia» por «normalidad». No obstante persisten, como fantasmas que se resisten a desaparecer, pulsiones negativas que se traducen en crítica despiadada del presente, escasa autoestima y manifiesta desconfianza en nuestro futuro.La realidad española ha sido contemplada sistemáticamente con un cristal oscuro y posiblemente distorsionador, hasta el punto de que los más negros augurios han condicionado nuestro camino. Es el peso del pesimismo en nuestra historia reciente ?algo más de un siglo?, un período que empieza con sensación de decadencia insondable, continúa con la estimación de continuos fracasos ?los desastres del 98, 1909, 1921?, contempla la vida nacional como esperpento, se sume en el despedazamiento fratricida de la guerra civil, se lame luego las heridas complaciéndose en las nociones de fiasco colectivo y trayectoria errada, y termina poniendo en cuestión hasta los éxitos reconocidos por los demás (el desencanto en el proceso de transición a la democracia). El pesimismo aparece así como una sombra ominosa que marca la reflexión de unas elites y se proyecta sobre el conjunto de la nación