Convirtamos el viaje en un misterio y al viajero en un detective privado. Nuestra historia sigue a alguien que primero viaja a Rusia, adonde va con su madre, y luego a África, adonde va con su hijo. Con ellos quiere conquistar nuevos territorios sin darse cuenta de que lo único que intenta es acercarse a dos seres que poco a poco han ido convirtiéndose en desconocidos. En Rusia le esperan Tolstoi y Chéjov, los iconos de Andrei Rublev y los palacios, pero también el último frío del invierno y una madre que observa a su hijo como si fuera un enigma. Y en África le esperan elefantes y lugares de mítico significado, pero también un hijo que observa a su padre como si lo estuviese viendo por primera vez. ¿Qué es entonces lo que investiga nuestro peculiar narrador? ¿El mundo? ¿A su familia? ¿O se investiga a sí mismo? Ahora pongamos que entre la literatura de viajes y la novela negra hay una intersección en algún lugar de este libro y que por tanto su primera línea podría intentar guiarnos ?acaso inútilmente- hacia la solución de un misterio.