Ha llegado a mis oídos de superviviente de la mazmorra franquista conocida con el nombre de Fuerte de San Cristóbal que algunas autoridades pamplonesas pretenden profanar el recuerdo de los centenares de muertos habidos bajo sus piedras y caídos por sus aledaños «en lucha fatal». Nosotros, los injustamente vencidos en 1939, nunca creíamos que la transacción, más que transición, de 1977 fuera a convertirnos en vencedores, entre otras cosas por el carácter irreversible de las derrotas. What is done cannot be undone. Pero esperábamos que cesaran las miserias de esos crueles y largos años de dictadura rebelde. No parece ser así. ¿Qué menos que respetar la memoria de los cínicamente represaliados por oponerse a la rebelión? ¿Qué menos que evitar el recuerdo monumental de los genocidas que tramaron esa rebelión? ¿Qué menos que devolver a las familias los despojos de tanto leal a la República? ¿Qué menos que conservar y respetar los santos lugares donde sí que históricamente los rebeldes inmolaron a sus víctimas? Los leales, como vencidos, no aspirábamos a la restitución del botín de guerra, pero sí al reconocimiento de lo injusto de nuestra derrota. El fuerte de San Cristóbal es una reliquia arquitectónica del siglo XIX, pero su aura moral trasciende el periodo franquista y debe respetarse tal cual en memoria de los miles de mártires republicanos que acogió en su seno. Ernesto Carratalá. Preso en el fuerte de San Cristóbal entre abril de 1937 y septiembre de 1938